28 octubre 2011

Recuerdos fugaces


Desperté nuevamente como lo hacía todas las mañanas, pero incluso esta vez lo había hecho inconscientemente. Las cosas habían cambiado mucho desde la última vez que me había carbonizado.

Con esto no quiero decir que no me gusta desaparecer en los momentos más empobrecidos de la vida y volver cuando todo se haya hundido en lo profundo del olvido.

Caminando hacia el kiosco de la esquina de mi casa, sentí un leve cosquilleo en mi estómago, se sentía como si estuvieran incendiando todos mis órganos y la acidez que siempre tenía no era sólo un proceso leve y temporal, se había transformado en una bomba química que amenazaba con explotar en cualquier momento. De todos modos ya me había acostumbrado a este tipo de cosas . Hace siglos que vivo soportándome a mí y a mis locuras. Recuerdo cada vez que salía a jugar, sólo tenía un amigo, y él era un hermano para mí. Nunca nos apartábamos de ese lugar, no porque yo no quisiera, si no que era por él, sus pies estaban asentados en la tierra, por el momento sólo movilizaba las manos, pero igualmente le estaban brotando un par de hojas. Recuerdo también haber llorado en su funeral, era el único allí, puede que él haya estado vivo aún, es decir; él ya era todo un árbol, lo que murió en mí fue el no poder ver más su rostro angélical.

Todo había quedado en el olvido hasta entonces, como esa vez que le prometí a un unicornio nunca llorar y cuando él se alejó volando, rompí la promesa.

Mi hermana, años atrás, me enseñó cómo superar cada obstáculo que se me presentase en la vida, a sentirme normal con toda esta molestia. Incluso ni ella misma se soportaba, tener que convivir una hora fuera del agua y luego tener que volver a sumergirse y ni hablar de lo viscosos que eran sus abrazos.

Sin embargo, todo cambió desde que ella falleció, su funeral fue en tierra y agua, ella los amaba por igual.

En fin, saliendo del kiosco y caminando hacia mi casa, me detuve a observar a una paloma que estaba en el piso juntando ramas. Me hizo pensar en aquella vez que mi padrino me regaló una paloma igual. Siempre estaba con ella, la llevaba a todas partes donde iba. Tenía una obsesión por los animales pequeños y con plumas. Pero, incluso en ella había algo raro, cada día iba cambiando algo distinto, no sabía por qué hasta que la verdad se dio por sí sola. Sus plumas aparecieron por toda la casa y las últimas acabaron en la cocina, me detuve allí para observar qué era lo que sucedía y allí estaba, no era más esa ave plumosa y pequeña, se había transformado en un hombre grande y sin plumas.

Mi padrino me aconsejó que lo dejara en el bosque, que allí vivía una mujer que se hacía cargo de ese tipo de cosas, y allí lo dejé, solo en la intemperie del bosque sin nada más a su alrededor que árboles.

Yo no sabía qué tipo de mujer era esa, hasta que un día mi padrino me dijo que era una Manticora , que nadie más que ella sabía lo que hacía con las personas que hallaba.

Llegué a mi casa, más cansado que de costumbre, solía quedarme en el sillón a cuadros rojos y negros sentado, apreciando cada minuto de la vida. Me quedaba horas allí, pero nunca había observado ese adorno que estaba justo en frente mío, me acerqué para ver cómo era su forma, odiaba las cosas geométricas, con muchos lados y tener que contarlos como si fuera una obligación.

Tuve que soplarlo, estaba lleno de polvo, tenía forma circular, con demasiado hilos de colores y colgando al final dos plumas: una de vidrio y otra de piedra, supuse que era un atrapador de sueños, me gustaban ese tipo de cosas. Me hizo recordar aquella vez, cuando tenía 18 años, había visitado una cueva, no recuerdo muy bien por qué, creo que sólo lo hice por hacerlo. Estaba muy oscuro allí dentro y de las paredes brotaban estalactitas. No llevaba una linterna, había algo en mí que hacía que toda la oscuridad se hiciera a un lado. Alcancé a oír un sonido muy agudo, parecía la de un perruno. Recuerdo haber subido la cabeza hacia arriba y ver a un temible y feroz animal, parecía un perro. No corrí en busca de ayuda y tampoco tenía por qué hacerlo, él no tenía ganas de atacarme ni yo de correr, por lo menos algo en común teníamos. Me quedé unas cuantas horas y luego lo visité todos los días, siempre llegaba con algo de alimento y siempre puntual. La última vez que lo vi, estaba muy enfermo, así que me quedé con él para hacerle compañía. Al día siguiente, recuerdo haber despertado y encontrar en mi mano aquel atrapa sueños, y junto a mí a mi gigante perro, pero mis lágrimas no pudieron contenerse al ver que se había petrificado, su presencia seguía allí pero sus cantos no.

Aunque yo no lo supiera mi casa era un baúl de recuerdos y tesoros.

Un día me dispuse a ir al desván. Tenía demasiadas cajas y todas llenas de polvo, parecían lucirse con las arañas a su alrededor. Pero sobre un piano, casi destruido por los años detecté una especie de morral muy antiguo y de colores muy llamativos, era lo que estaba buscando. Mi padrino solía salir todas las mañanas a pasear y siempre volvía con algo nuevo y raro.

Abrí el morral, y encontré la guitarra de mi padrino, un recuerdo muy valioso para mí, pero me resultaba algo muy raro de entender, cómo algo tan grande podía estar en algo muy pequeño. Volví a meter la mano y esta vez saqué una piedra muy rara y bella. Supuse que era una piedra mágica, no sabía mucho de rocas, mí padrino en cambio sí. Bajé las escaleras directo a mi habitación , me senté en mi cama con la guitarra en mano y la roca al lado mío, apoyé uno de mis brazos sobre la guitarra y con mi otra mano toqué las cuerdas, no produjo ningún sonido en especial, ni siquiera una simple nota. Como no tenía nada más que hacer tomé la roca y toqué la guitarra con ella, se produjo un sonido tan poderoso que me arrojó al piso con guitarra y roca inclusive, pude ver que mis brazos empezaron a brillar y luego todo mi cuerpo, mis ojos se convirtieron en dos linternas de fuego y mis brazos y piernas, al igual que mi cabeza se prendieron fuego. Hasta aquí llegué, todos esos momentos vividos hasta este momento, sin duda quedarán en cada una de mis cenizas como otro tesoro más que recordar.


Federico Honor.

En su piedad por amor

Ellos sabían lo que habían hecho y por eso querían que pagaran. Él no era el único culpable; ese juego comenzó de a dos.

Leticia no era feliz con su vida, estaba casada y tenía dos hijas. Ella decía que sus hijas eran los únicos hilos que dibujaban su sonrisa, esa sonrisa que siempre figuraba en su rostro pero no en su alma. Su marido, Basilio, era un vasallo del Rey Guillermo y también era su administrador personal, cargo que favorecía a la familia y que la colocaba en una clase acomodada.

Sin embargo, Leticia estaba en busca de su felicidad pero al obtener una respuesta que no era respuesta y en realidad un vacío constante, pensaba que era en vano; un día estaba acompañando a su esposo al reino por unos trámites administrativos y fue allí cuando lo vio. Su mirada quedó iluminada ante tanta hermosura, su corazón palpitó cada vez más rápido y supo que algo significaba.

Él la miró fijamente y no sabía qué hacer; estaba petrificado y sin aliento. Nunca antes se había sentido tan eufórico, tan lleno de vida.

Samuel era un campesino que trabajaba para Basilio y eran amigos, pero nunca había hablado de él con Leticia ya que la relación estaba muy tensa últimamente. Luego de esto, ella retornó hacia el castillo, pensativa, y se quedó con su esposo.

Varios días después, Samuel estaba en el campo, labrando la tierra. Ese año tenían una muy buena cosecha y seguían empeñándose en mejorarla. Detrás de unas cercas, ella lo observaba como si no pudiera dejar de mirar, como si fuese a morir si lo hacía. Era tanta la euforia en ella que se animó a hablarle; cuando se dio cuenta de que lo llamaron, Samuel se volteó y fue allí cuando vio de nuevo a su ángel. Le sonrió y besó su mano en un gesto de cordialidad. Caminaron por los campos y charlaron toda la mañana hasta el anochecer; se sentían tan en paz como si el sol estuviera a su lado, dándoles esa cálida compañía que reconfortaba sus almas.

Al retornar cada uno a su hogar; era inevitable dejar de pensar el uno en el otro. Eran como un alma en dos cuerpos, y extraños a la vez.

Al otro día, Leticia fue nuevamente al campo y esta vez él la invitó a su hogar para charlar mejor; su respuesta fue muy obvia. Toda la tarde hablaron de ellos, de sus familias, de sus gustos y de sus ideales con respecto a la vida.

Salieron al campo y caminaron hasta descansar bajo un árbol que parecía un gran nogal. Estaban enamorados por más raro y pronto que parezca; fue como la intensidad de mil soles cuando sus miradas se encontraron, y como la paz del Paraíso cuando sus labios lo hicieron. Hubieran deseado que no haya sido tan eterno ya que fue la amenaza que detonó la furia en Basilio.

Corrió como una bestia hacia ellos y con un golpe seco en el pecho, derribó a su amigo.

Leticia lloraba desesperadamente y no podía hacer nada al respecto.

Samuel, inconciente, yacía en el piso y los puños de Basilio seguían sobre su pecho. Parecía poseído por el mismo demonio y su mirada era como una hoguera, fija y desconcertante; Leticia sentía miedo y furia a la vez, a tal punto de reaccionar y tratar de calmar a Basilio pero él la apuñaló con un facón en el hombro.

Al notar que Samuel no respiraba, sacó nuevamente el facón de su bolsillo y lo clavó en su corazón; Leticia no pudo dar ni un solo pestañeo, era vencida por la mayor tristeza que inundaba su alma, impulsada por la ira de su esposo. La culpa la consumía lenta y dolorosamente, como se consume el papel ante el fuego.

El cielo se tiñó de negro y Basilio dio por muertas a aquellas personas que le habían hecho tanto bien, pero que luego lo habían matado en todos los sentidos; como un lobo solitario, se fue y se perdió en la oscuridad de esa noche.

Leticia, destruida, se arrodilló e inclinó ante el cuerpo sin vida de su amado y rogó a Dios perdón por lo que ella había causado. Al estar herida por la puñalada, su sangre se mezcló con la de Samuel y tiñó sus ropajes. Sus lágrimas caían en su cara y salpicaban la tierra haciéndola rugir; en el cielo, una pequeña luz resplandecía y comenzaba a bajar sobre Leticia.

A lo lejos se veía una multitud enardecida que se acercaba a ellos como una jauría de lobos hambrientos. Tenían que pagar por su pecado, debían morir. El fuego de las antorchas resplandecía en la oscuridad y su humo enviciaba el aire; Leticia se daba por muerta, su alma se sentía desgarrada, a la deriva. La multitud se iba acercando y de pronto cayó un rayo en la tierra y esa luz se posó sobre ella. Miraron, estupefactos y se detuvieron alrededor. Un segundo rayo cayó sobre los árboles y estos se derrumbaron; todos sintieron escalofríos y un miedo que les heló la sangre. Se dispersaron por todas partes y el campo se halló solitario nuevamente, sólo albergando a dos grandes fuerzas.

Cuando la luz se hizo tenue, un pelícano sangraba sobre Samuel reviviéndolo de a poco. Luego de las últimas gotas que dieron pálpito a su corazón otra vez, el pelícano miró a Samuel y voló hacia el cielo, desapareciendo entre las nubes y dejándolas tan claras como la mirada del atardecer.

Al despertar, Samuel no entendía cómo estaba vivo pero su incertidumbre se esfumó cuando recordó la primera vez que miró a Leticia y sintió que ella le había devuelto la vida.

Sabía que había muerto a mano de su mejor amigo, sabía que lo había traicionado, lo sabía, pero si estaba vivo era gracias a su amada, gracias a esa única persona que limpió su pecado y lo revivió, esa única persona que lo amó verdaderamente; decidió exiliarse en lo profundo de su mente para olvidar algunas cosas y recapacitar, pero nunca olvidar esa mirada que lo reconfortó y lo hizo sentir amado como si el sol estuviera con él, esa mirada que como un beso lo hizo realmente feliz.


Florencia Gallardo.

De amores y bestias.


13 de Marzo

Hace ya tres meses que he emprendido mi gran travesía. Veinte tripulantes, mi fiel botella de alcohol y la triste aunque real esperanza de encontrar una tierra más propicia para morir me acompañan desde entonces. Vale resaltar que, de los antedichos hombres, hace dos semanas uno ha muerto a causa de escorbuto, no teniendo remedio alguno por encontrarnos en altamar; otro ha sido atacado por la asquerosa y expansiva viruela, tirándolo así por la borda para evitar el contagio. El mar es hostil, el viento aplastante, pero el anhelo de alcanzar tierra firme lo supera.

28 de Marzo

La carencia de tiempo a causa del trabajo que consume la navegación me ha impedido continuar con la documentación, hasta el momento casi periódica, del viaje.

Debo resaltar un hecho poco usual aunque aun así atrapante: he soñado con una bella mujer, una de ojos color esmeralda y cabello azabache. Estaba yo en mi sueño en una majestuosa playa, vislumbrando mis propios pies y las marcas que éstos dejaban en la arena, cuando de repente llegó ella, blanca, desnuda, aunque no indecente, sino dulce y cálida. ¿He mencionado que tenía una cola de pez? Pues sí, eso era un tanto extraño, pero no me alejó de su encanto natural. Manteníamos un diálogo un tanto confuso, pero recuerdo bien que sus ojos me apresaban, y que ambos, jóvenes y engañadores, defendíamos un nexo invisible pero poderoso.

1 de Mayo

Hace más de un mes que no toco mi diario, y es quizás gracias a la absorción en que mis sueños me mantienen. Deseo con ardor cada mañana que el momento de cerrar mi mente llegue, y así poder vislumbrarla, hallando un indicio que me permita llegar a ella.

Mi tripulación está notando que mi humor ha cambiado: estoy sumamente impaciente, nervioso y también insomne, ya que el no dejar de pensar en ella no me permite conciliar el sueño, y eso me enfada en demasía.

Mi hombre más fiel, Proteo, me ha sonsacado algo de información esta mañana. Ha dicho que él ha pasado por un trance similar una vez a bordo, hace muchos años ya, cuando las canas en su cabeza no planificaban aparecer y su poco arrugada piel y sin curtir por acción del sol podía sentir la suavidad del rostro de una dama. Ha confesado que a pesar de todas las mujeres que nosotros, los marineros, frecuentamos, siempre hay una que tiene toda nuestra atención, y nunca la perderá (sea o no real). De este modo me prometió darme todos los recursos posibles para alcanzarla, ya sea por sueños o en alguna playa perdida.

17 de Mayo

El mundo es tan cruel, y la vida es sólo una simple artimaña a la cual sobreviven los valientes. He vuelto a soñar con mi antropomorfa dama, esta vez recordando el diálogo entre ambos. Me decía que no tema, que si me dejaba absorber por los obstáculos no obtendría jamás mi objetivo tan deseado. Juró esperarme en aquella playa, hasta que consiguiese cómo llegar.

Pero mi vida es miserable, y nada tiene de atractivo ya. Hace meses que navegamos sin rumbo alguno, guiados por corazonadas. Es todo tan detestable, tan poco satisfactorio: la comida escasea, los hombres se impacientan, y ya no hallo un sentido a este viaje.

2 de Junio, por la mañana.

Luego de un amplio espectro de reflexión, he decidido la más potable de las soluciones; la interpretación de sus palabras me ha dado una respuesta. Hay sólo un gran obstáculo en mi conexión con ella, y es el estado de conciencia. De ese modo, he decidido acabar con él poniéndole un fin a mi vida, por muy descabellado que parezca. No dolerá, claro que no; será como ir a dormir cada noche, a diferencia de que esta vez el viaje a su lado será permanente.

2 de Junio, anochecer.

Estando dispuesto yo en el suelo, dejando a mi fiel Proteo dirigiendo el barco, ya no quedan más rodeos. Hice un tajo en mis tobillos, muñecas, cuello, el comienzo de las piernas… El proceso es acelerado: siento como la sangre fluye, siento que mi visión nublada no me deja ver el mundo real, pero sí voy vislumbrando la costa, esa bella playa en que la conocí. Comienzo a ver un resplandor esmeralda, y mi corazón, casi cesante de actividad, cumple sus últimos pálpitos con la esperanza de verla sólo a ella.

4 de Junio

Ha sido todo completamente en vano. Las mujeres son grandes farsantes, y más las sirenas. ¿Cómo, notándosele tan convencida, ha huido así? ¿Cómo puede alguien tener un actuar tan cálido, pero una mente muerta?

Sólo me resta esperar en este espacio que, me guste o no, he escogido, a que llegue alguien, alguna otra alma perdida a sacarme de la locura e insanidad que puede provocarme la extrema soledad.


Rocio Casquero.

27 octubre 2011

Jack O’ Lantern




Esta historia comienza en las remotas épocas medievales de Dublín, Irlanda. Por aquellos tiempos, habían dos cosas que caracterizaban a este pequeño estado: las guerras y las buenas bebidas. Y es por eso que Jack Collin O’ Lantern no estaba excento de todo esto, un viejo ex soldado bohemio que robaba cuando podía algunas provisiones de los rebaños ajenos, para comerlos o venderlos, para así poder beber en alguna taberna del lugar. Pero desgraciadamente fue así que encontró su perdición. En ese cotidiano ritmo de vida.
Era una noche oscura y lluviosa en Dublín. Había muy pocas personas en las calles y quienes la habitaban generalmente eran ladrones y vagabundos, y la gran atracción era la taberna principal de la ciudad. Esa noche se encontraba ahí nuestro querido amigo Jack, bebiendo unas copas de ron y bailando al compás de las desafinadas notas de la orquesta. Se lo notaba festivo, sofocado por el baile, con cierto éxtasis de falsa alegría que le brindaba el ron.
El alcohol y la danza habían agotado por completo a Jack, que decidió sentarse cerca de la barra de tragos para recuperar el aliento y seguir bebiendo como bestia. Al sentarse, Jack notó a un extraño sujeto sentado al lado suyo, sosteniendo un jarrón de cerveza y tapado hasta la cabeza. Parecía silencioso, inmóvil, casi no se le sentía respirar. Con una sutil sonrisa Jack no le dio mucha importancia y haciendo una seña llamó al mozo para pedir otro trago más de ron. “Lo siento Jack”, dijo el mozo, “hasta que no me pagues por los otros tragos esta barra queda totalmente clausurada para ti”. Entre reclamos y furia, el extraño sujeto que se encontraba junto a Jack bebió su jarra de cerveza y luego de esto intentó establecer un diálogo con él. “Eh tú, Jack” dijo con voz áspera, “¿Quisieras tomar un pequeño trago de ron?”. Inmediatamente Jack se volteó hasta el sujeto, éste había captado su atención. “Es muy simple” dijo el extraño desconocido, “vida por gota de alcohol”. Al principio, Jack no había entendido el significado de la frase, así que el sujeto tuvo que explicarle. “Es una locura, pero sé cuánto lo necesitas, más que a nada en el mundo. Es muy simple, te pagaré un último trago y tú, a cambio, me darás tu alma. No perderías mucho, Dios no querría un alma tan desecha y oscura como la tuya”. Jack lo pensó por varios minutos. ¿Sería capaz de vender algo tan preciado y esencial para un ser humano?. Por alguna extraña razón dijo que sí, haciendo creer cierta ingenuidad al sujeto. Con cierta sonrisa, el sujeto cambió la forma de su cuerpo en una reluciente moneda de oro.
Ahí estaba entonces, una gran moneda de oro. Era la moneda que pagaba todas sus deudas, la llave del ocio insano y de su asquerosa alegría (que luego se convertiría en la última). Sin dudarlo ni un segundo, Jack llamó al mozo y mostrando la gran moneda de oro ordenó que se le sirviera otro trago de ron. Pero antes de que pudiera beberla, él lo pensó dos veces. ¿Realmente valía la pena un último sorbo de alcohol por una vida humana?, ¿realmente podía más la satisfacción que la vida?, ¿lo valía?. Jack agarró bien fuerte la moneda y la puso dentro de un faro que siempre llevaba a mano, y corrió hasta la puerta de salida.
Lo había logrado, por una extraña razón desafió las leyes de lo sobrenatural y jugó con su suerte, una vez más. ¡Ah, la suerte!. Si supieran la cantidad de veces que Jack abusó de ella. Quizás es por eso que siempre se autoconsideraba un sujeto afortunado. Siempre aparentó ser una persona indiferente, estratega, un sujeto que no le temía a nada ni a nadie. Quizás fue por eso que al arrojar el faro al lago de un bosque sombrío de por ahí, como arrojando una gran carga que pesaba en sus hombros, lo hizo con total indiferencia y con total confianza de su acto, seguro de no haber cometido un error.
Jack murió unos años más tarde. El cielo parecía ser un lugar muy grande para una vida tan rebelde. El infierno no parecía lo suficiente para un sujeto que vivió robando y engañando. ¿A dónde iría?, se preguntó una y otra vez. Sin tener rumbo aparente, Jack volvió a ese bosque sombrío y tenebroso donde arrojó su faro, donde ocurrió (quizás) esa acción decisiva. Su reflejo ya no se mostraba en el agua y sus pasos ya no dejaban huellas. Ahora sí era un verdadero Bohemio.
De repente, y casi sorpresivo para Jack, reapareció ese extraño sujeto que conoció en la taberna. Ya no sostenía una jarra de cerveza, sino que una hoz. Ya no estaba cubierto hasta la cabeza, de hecho se podía notar lo raquítico que era su rostro. Jack miró atónito, no podía creer que se volviesen a cruzar después de lo sucedido. “Te lo dije, tu alma no pertenece a nadie, te lo advertí” dijo el extraño sujeto. “te lo suplico, ayúdame” dijo Jack, “Haré cualquier cosa que me pidas, lo que sea”. El sujeto convirtió la cabeza de Jack en una gran calabaza (quizás en señal de burla), hizo de su cuerpo una figura fantasmagórica y le obsequió su hoz. “Serás como yo” dijo el desconocido ya no tan desconocido. “Cuidarás de este bosque como buen guardián y a cambio, ganarás mi perdón”.
Desde entonces, cada persona que ha visitado los tenebrosos bosques de Dublín nunca más fue vista con vida. ¿La razón?, Jack O’ Lantern, el bohemio cuidador de bosques. Una mitología jamás revelada. Un sujeto condenado a vagar por lo más oscuro del mundo, por haber abusado de su suerte.